Señores del Fútbol Club Barcelona:
Estoy
prácticamente segura de que no hay hogar donde el himno del Barça se escuche y
se cante tantas veces al día como en casa de mi sobrino, Daniel Miñana. Hijo de
culé también, aunque ha atravesado algunas épocas de dudas respecto a su
devoción barcelonista, se ha reafirmado en ella con tanta pasión que en cuanto
llega a casa lo primero que se le escucha es “¡el himno!”. Con ese imperativo
ya todos entendemos que en un buen rato no haremos otra cosa que escuchar y cantar, una y otra vez, “Tot el camp es un
clam…”, en todas las versiones que seamos capaces de encontrar (oficial,
Serrat, Gisela, etc.), incluidas las propias caseras, que van variando en tempo
y ritmo según sea la actividad que acompañen: baño, desayuno, merienda, paseo,
juegos … Yo les puedo asegurar, señores del Fútbol Club Barcelona, que hay días
en que ¡el himno! suena y/o se entona entre nosotros entre 20 y 30 veces…
Daniel,
que ya cumplió 18 años, no puede acompañarnos con su propia voz cuando cantamos
¡el himno!, porque su parálisis cerebral le dificulta mucho la utilización de
los músculos de la laringe. Pero aun así, algunas partes ¡del himno! sí que las
canta, y sobre todo se anima a jalear el ¡Barça, Barça! del estribillo. Eso le
sale muy bien y muy clarito. También, ya se supone, no encuentra problema para
vitorear a ¡Messi!.
En la
habitación de Daniel ondean algunas pruebas de sus aficiones deportivas:
banderines firmados del CAI y Tecnyconta, fotografías con sus jugadores, un
autógrafo de Fernando Alonso, una gorra firmada por Pedro Martínez de la Rosa
y, claro, alguna fotografía de una visita que hicieron, hace algunos años,
Daniel y sus padres al Nou Camp. En fin, el fútbol (y también el baloncesto,
aquí Daniel es más del Tecnyconta –nuestro CAI de siempre- y del ¡UCAM Murcia!
–ni idea cuál sea la razón-, además de devoto de los Gasol y de Llul) ha
terminado por ganar la atención de Daniel, en lo que a deportes se refiere,
como suele pasarle a todos los muchachos y muchachas en este tiempo.
Esto
quería contarles, señores del Fútbol Club Barcelona. Yo sé que este
deporte-espectáculo multimillonario ya casi no puede detenerse a pensar en las
pequeñas historias, como la del chaval que esperaba una firma de Messi con tanta
emoción que casi tiene un ataque de angustia (esa historia que nos mostró hace
unos días la televisión), o esta pequeña historia de un chico con parálisis
cerebral, como Daniel, a quien el himno de su club provoca una sinfonía
emocional y una alegría maravillosas. Yo sé que el gran negocio del
deporte-espectáculo del fútbol se edifica sobre mimbres que nada tienen que ver
con estos chicos. Pero estos chicos son los que les dan a ustedes la vida. Y lo
saben.
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